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Reflexión del escritor William Ospina sobre universidad

Aspecto del conversatorio que sostuvo el escritor tolimense William Ospina en el auditorio central de la Universidad de Ibagué.

 

El escritor tolimense William Ospina visitó la Universidad de Ibagué para presidir el conversatorio "Contexto actual y futuro de la universidad colombiana". El evento se realizó como parte de la programación conmemorativa de los 35 años de la Institución.

A continuación presentamos la reflexión realizada por el escritor: 

"No soy muy ejemplar en cuanto a la relación con el modelo escolar, en cuanto tuve una mínima sospecha de lo que quería hacer en la vida. Abandoné el sistema escolar y me dediqué, no a formarme a mí mismo porque no es posible, pero sí a buscar por caminos distintos qué me podía orientar en el proceso de formación hacia lo que yo quería hacer.

A pesar de ser un desertor del modelo escolar y de la universidad, siempre me ha interesado la reflexión sobre la educación, sobre todo eso que se llama la educación y que no debería ser tanto una teoría como un debate, porque siento que a veces se nos plantean las cosas como grandes hechos descubiertos y establecidos y llegamos a un mundo en el que se nos hace pensar que de lo que se trata es de cumplir y ejecutar  unos proyectos que ya están diseñados de antemano. Es como si nos dijeran: la humanidad lleva mucho tiempo aquí y ya sabe cómo es esto, de manera que tu lo que tienes es que ajustarte a esos parámetros, seguir esas fórmulas, obedecer esos esquemas e ingresar en este modelo que te hará exitoso y feliz. Por supuesto que nuestra vida casi siempre consiste en una larga serie de desengaños con respecto a estas vanidosas certezas de la cultura.

Descubrimos que no es tan cierto que los que saben sepan tanto; no es tan cierto que las instituciones sean infalibles en la transmisión de sus sabidurías y de sus conocimientos; es decir, todavía quedan cosas por inventar, cosas por descubrir, instituciones por crear, caminos por encontrar para la civilización. Es más, ha habido en el mundo épocas de esplendor social y cultural, son escasas, pero son. Voltaire en su libro "El siglo de Luis XIV" comenzó su reflexión diciendo que han sido muchas las edades en el mundo pero son muy pocas las grandes épocas de civilización que uno puede considerar. Todos sabemos la admiración que le ha concedido la humanidad al siglo V A.C en Grecia, lo que se llama el siglo de Pericles o la admiración al siglo de Augusto en la era romana o la admiración a la sociedad de Granada en el siglo XII o XIII, y lo que fue el siglo de Luis XIV en Francia. Pero son muchas más las épocas en que no tenemos la certidumbre de un gran esplendor y, además, se ha presentado el fenómeno de que después de épocas espléndidas curiosamente los pueblos se pueden despeñar en la barbarie y el horror.

El siglo XIX alemán fue espléndido en términos intelectuales y culturales, desde cuando se dio el esplendor del racionalismo alemán a finales del siglo XVIII y Kant pareció arrojar luz sobre todas las cosas de este mundo hasta el punto de que Goethe, conversando un día con el joven Schopenhauer le dijo que leer a Kant era como entrar en una habitación muy bien iluminada. A lo largo del siglo XIX el romanticismo alemán, el esplendor de la música, la filosofía y el arte alemán, mostraban a una sociedad extraordinariamente refinada y que había alcanzado unas cumbres de civilización extraordinaria.

Todos sabemos que hubo una época en Europa a finales del siglo XIX que se llamó la belle epoque, la bella época, por los refinamientos de la civilización que se alcanzaron allí. Sin embargo, había que ver lo que era Europa en las primeras décadas del siglo XX. Hay que ver el modo minucioso y aterrador como se desgarró el tejido social de la bella época en la primera guerra mundial y el modo como se hundió una civilización tan poderosa como la alemana, tan finamente tejida, tan exquisitamente construida, en los abismos de horror de la segunda guerra mundial, del nazismo y los campos de concentración y en todos los abismos de barbarie, de crueldad y de inhumanidad que se vivieron allí.

Es allí donde uno adquiere unas incertidumbres con respecto a todo lo que la humanidad ha conquistado y uno se pregunta ¿por qué no basta solo conquistar una civilización sino que hay que encontrar el camino para perpetuar? No basta el esfuerzo de unas generaciones para construir arte, convivencia, respeto, sensibilidad, amistad, belleza, sino que hay que encontrar también el camino para transmitir todas esas virtudes, habilidades y conquistas a las siguientes generaciones, y es allí donde está la pregunta central por el tema de la educación, porque la educación no es más que el modo como una generación logra transmitirle a otra sus saberes, certezas, actitudes, compromisos y búsquedas.

Tal vez si en algo ha fracasado la humanidad a lo largo de la historia, es en esa capacidad de transmitirle, de una generación a otra, a la humanidad, esas conquistas. Ahí sí no funciona la herencia como algo darwiniano, y ahí sí no funciona el contagio, como decimos nosotros: De tal palo tal astilla, sino que cada generación puede brúscamente abandonar a todas las certezas que la precedió y echar a andar por otros caminos.

Por eso es apasionante el tema de la educación, incluso uno mira una sociedad como la europea de los últimos 50 años. Después de los horrores de la primera y segunda guerra mundial, los convencieron de lo terrible que era que Europa siguiera dividida en nacionalidades arrogantes, en identidades soberbias, en lenguas excluyentes, en religiones intolerantes, y trataron de construir una sociedad cohesionada, no que abandonara sus individualidades y singularidades pero que encontrara unos términos comunes de entendimiento; y hay que ver lo que ha sido lo que ellos llaman la sociedad del bienestar en las últimas décadas que verdaderamente ha sido admirable en muchas cosas aunque, por supuesto, no podemos decir que en todas. Y sin embargo, uno se pregunta: los que construyeron esta sociedad venían de los horrores de la guerra, habían padecido los dramas de la intolerancia, del racismo y del autoritarismo, los horrores del totalitarismo, las inhumanidades de los campos de concentración, y sabían que el mundo tenía que cambiar y que había que construir otra cosa  y dedicaron su vida, sus esfuerzos, sus pensamientos, su talento y su vigor físico a la construcción de ese otro orden social, pero qué va a pasar con los jóvenes a quienes no les tocó hacer ese esfuerzo, que no saben por qué fue necesario construir una sociedad como la que tienen y que no tuvieron que vivir el drama previo.

Por eso la resolución firme, inquebrantable, de construir un modelo más tolerante, más generoso, más capaz de convivencia y más capaz de construir prosperidad; qué va a pasar con esos jóvenes que crecieron en la satisfacción, en la plenitud, en la idea de que el mundo es pacífico, tranquilo, próspero, incluso lujoso y opulento; sí van a ser capaces ellos de conservar eso que no les costó mayor esfuerzo y delegárselo a las siguientes generaciones, o será que la humanidad tiene que pasar por las pruebas del dolor, de la tragedia, del drama, del sufrimiento, y de los abismos de la condición humana para persistir en la búsqueda de esos otros horizontes de vida y de sociedad.

Todo esto son preguntas abiertas, nadie puede tener respuestas plenas. Ojalá las sociedades no solo sean capaces de construir modelos de dignidad y de riqueza sino que sean capaces de encontrar la fórmula para transmitirlas y perpetuarlas.

Por lo pronto, podríamos decir que el azar, el destino, la divinidad, o la historia, como queramos llamar a esas fuerzas profundas que mueven el mundo, ha querido que para la humanidad nada sea del todo fácil y ha querido, hasta ahora, demostrarnos con miles de ejemplos en la historia que siempre es necesario volver a empezar y que nadie puede decir que ya tiene resueltos los grandes problemas de la existencia y los grandes problemas de la civilización. También porque hay allí un principio de justicia poética, es bueno que nosotros vivamos en un mundo que hemos merecido y no solamente en un mundo que hemos heredado".